Varua O Te Honu

La pequeña ríe sin parar, juega con su hermano en la playa, donde el mar puro permitía el reflejo de las nubes al pasar sobre ellos sin parar. Una anciana los mira con gran alegría, aquellas risas, aquella energía juvenil le llenaba sus fuerzas ya gastadas con el pasar de los años. Era un lugar bello, se ve por ambos lados grandes riscos rocosos, donde las olas chocaban en sincronía con el cantar de las aves. Arriba de uno de ello un hombre, también observaba, miraba todo movimiento desde aquella altura, satisfecho con la alegría de los niños. De la nada, un barco se aproxima por un costado, el hombre grita, se altera y empieza a correr en dirección a la playa; la anciana lo oye, lo ve desesperarse, luego observa el peligro que se encuentra al alcance de los pequeños. Ella trata de gritar, corre con sus débil fuerza a defender a los niños, siendo los pequeños, inocentes del peligro, no se percatan de aquel esfuerzo de la anciana. Un disparo los hace reaccionar, deja caer al pequeño a orillas del mar, la niña llora, no creía lo que ocurría, un desconocido la toma y la aleja de la arena. La pequeña llama a la anciana, pateaba a su raptor, la señora no consigue hacer nada, cayendo rendida bajo el agua enrojecida.
-Ya es muy tarde-dice la anciana al hombre del risco, cuyo esfuerzo no consiguió evitar aquella terrible tragedia.
Los años pasan, la pequeña se transforma en una hermosa mujer, de delicado rostro y piel del mismo color que el del coral. Se encuentra arrodillada en las arenas desconocidas cercanas al muelle que la recogió en aquellos días de desgracia. Todos los atardeceres llora, aquel paisaje le recuerda su alejado hogar, aquel lejano día donde se le fue profanado todo aquello que amaba. Su alma rota le enmudece la boca, sólo añora una sola cosa, que por más que lo pida, no consigue a que esta sea cumplida.
Las olas agitan el mar, el sonido del agua la consigue calmar, sus ojos hinchados son ocultados por sus párpados, sólo desea escuchar el dulce canto del mar.
-¿Qué te sucede, joven dama?¿Qué aflicción sufres para demostrar tal tristeza?
La voz desconocida la inquieta, busca rápidamente a su interlocutor pero no ve más que rocas en la pálida arena. En su interior se pregunta quien le hablaba, no encontraba a nadie a quién responder aquellas preguntas.
-No temas, sólo tu alma me escucha. Si tu lo deseas, te puedo ayudar en tu dilema.
Ella comenzó a llorar, en el fondo de su corazón le pedía tan sólo regresar.
Una gran roca apareció en medio del mar, emergió un rostro grueso y arrugado que transmitía paz y tranquilidad.
-Cumplo con los deseos más profundos del corazón lastimado por la pérdida. Si tu lo deseas, te puedo llevar a aquel lugar al cual tu llamas hogar.
La anciana todos los días observaba desde lejos el mar, la playa de ese horrible incidente que no conseguía nunca olvidar. Al amanecer encuentra un cuerpo tirado a orillas del mar, se acerca con lentitud a observar quien se encuentra allá, pero su asombro la motiva a correr al agua sin vacilar.
Sin dudar, levanta a la mujer que despertaba al escuchar los agitados pasos en la playa, al ver aquel débil rostro frente a ella, sus lágrimas emergieron ante aquella felicidad, aquel encuentro que siempre esperaba en las lejanías de su tierra natal.