Desierto Rojo

Abrí los ojos y otra vez me encontré en el mismo lugar desolador en que había caído de mi caballo. Al levantarme logré ver la dimensión de la situación, cuerpos inertes, con heridas de distintas magnitudes en cada ser sacrificado. Chilenos, bolivianos y peruanos, con las mismas marcas de guerra en un mismo suelo, casi irreconocibles, abandonados sin compasión por sus servicios entregados.
Me empezó a arder la pierna derecha, al verla recordé como llegue a caer de mi montura por culpa del enemigo. No sé a qué nación pertenecía pero su fusil fue bastante certero en dar en mi rodilla y luego en apuntar al inocente animal, que ninguna culpa tenía en este combate. Me apoyaba  con mi sable, utilizándolo como tercer pie de apoyo, para poder caminar lo más normal posible a través del desierto de hombres.
Sangre en los animales, sangre en las armas, sangre en los combatientes, incluso la arena estaba manchada del mismo color por esta guerra. Quería irme de aquel lugar lo más pronto posible.  A pesar del calor del desierto, era bastante frío el lugar, ojalá  que en el regreso olvide esta sensación extraña.
Camine con la fuerza que me quedaba. Mientras más avanzaba, más me torturaba la pierna, era un dolor insoportable. Decidí no mirar a los soldados mientras caminaba, sean de la nación que sean, tengo el temor de haber perdido a algún amigo en combate.
Proseguí solitario, alejándome del campo de batalla lentamente, tenía la intención de  poder encontrarme con parte de los sobrevivientes de la misma patria querida, era lo único que me motivaba a seguir ignorando la gran herida y continuar mi camino.
De repente escuche una voz ronca gritar, proveniente del camino que dejaba atrás.
-¿Quién es usted?
Sin pensarlo, gire y vi que me estaba apuntando con su fusil, no respondí a su pregunta ni reaccioné en defensa mía, me di cuenta de que ya no había nada que hacer.
-¡Responda! ¿Quién es usted?
-José Miguel Rodríguez, teniente del ejército de Chile - hice un esfuerzo de no mostrar temor, a pesar de tenerlo.
-Es peligroso recorrer el territorio sin compañía soldado - mencionó en tono burlesco, acercando más su dedo al gatillo.
“Mi única compañía en este camino ha sido la muerte” me dije para mis adentros, decidido a volver a cerrar los ojos.